domingo, julio 12, 2015

JAQUE A LA REINA


El aprendiz más novato del juego del Ajedrez, sabe que el jaque a la reina no existe, lo que existe es el jaque al Rey. Este último, parodiando la realidad, es quien detenta el poder y todas las restantes piezas están en función de su protección o sobrevivencia.
En el juego del ajedrez existen diversas estratégicas y tácticas. Una aspira a eliminar el máximo posible de piezas del adversario, para iniciar un persecución implacable contra el soberano, solitario y casi abandonado por sus seguidores o si se prefiere por su  ejército o tal vez, deberíamos decir, en lenguaje actual, por sus partidos. Este tipo de jugada es de una lento, pero seguro jaque mate; es decir el Rey (o reina, según sea la ocasión) carece de movimiento y no le queda otra alternativa que la capitulación.
Hay otros jugadores, usando las propias piezas de su adversario, es decir las propias huestes del soberano amenazado, son constreñidas en su accionar, acotados sus espacios de movimiento por su propia posición en el tablero. Toda este desplazamiento en el tablero, terminan condicionando significativamente el accionar del soberano, a tal punto que cuando se produce el jaque, sus propios partidarios restringen su desplazamiento.
La revolución de los pingüinos, tuvo el mérito de señalar que la educación chilena estaba en crisis y que las reformas eran urgentes; la cooptación de sus principales dirigentes, por las elites de los partidos, concluyo con las manos en alto de la comisión ad-hoc de esos años.
La irrupción del movimiento estudiantil en el año 2011, no sólo nos recordó el fracaso de la comisión ad-hoc, sino que el problema era más complejo y este sinceramiento, hizo evidente que era necesario revisar, con la misma rigurosidad, otros aspectos de la sociedad chilena.
Y así se comenzó a tomar conciencia que el sistema de AFP, no soluciona los problemas de los jubilados, pero si evidencia que quienes manejan nuestros ahorros previsionales si se han enriquecido.
Las ISAPRES, con sus alzas unilaterales de los programas de salud, no logran dar la solución a los problemas reales de la población chilena. Pero lo que no se puede negar es que los dueños de estas instituciones, con las contribuciones de millones de chilenos, si han incrementado, año a año sus ganancias.
¿Sienten, los ciudadanos de nuestro país, que la constitución les consagra y protege sus derechos más fundamentales?
No es cierto que las instituciones funcionan en nuestro país. Si la afirmación tiene que ver con el andamiaje administrativo que se ponen en funcionamiento, podríamos compartir la afirmación. Pero si la pregunta es si las instituciones funcionan para proteger los derechos ciudadanos más básicos, la respuesta es No.
Las necesidades de transformación que requiere el país, son tan evidente, que bastó armar un programa que se hiciera cargo de estas demandas para que se ganara una elección presidencial por amplia mayoría.
Pero ¿Estaban todas las piezas del ajedrez claras en su protección a la reina?
Una cosa es el programa y otra muy distinta es llevarlo a la práctica, una cosa muy distinta es la capacidad de gestión para materializar esa voluntad transformadora.
Un hecho irrefutable era que las piezas negras, los adversarios políticos, se iban a oponer a cualquier intento trasformador, que moverían todas sus piezas para obstaculizar las transformaciones y cuando digo todas las piezas, son todas las piezas.
Pero, en el ámbito de las piezas blancas, ¿Están todas piezas dispuestas a defender a la Reina (Rey)? ¿Puede alguien pensar que el alfil blanco, cree espacios para la remetida de su adversario contra su propia soberana? ¿Podrá claudicar una torre para que la torre de su adversario llegue a la última línea y proceda al jaque mate?
No cabe duda que el triunfo de una elección, no es garantía de la capacidad de aplicación del programa. Podríamos afirmar que el triunfo tiene dos caminos, el de realización de lo prometido o simplemente la mantención del poder  por parte de la élite.
Hoy la reina esta jaqueada, por la sagacidad de sus adversarios y por la poca lealtad de sus propias huestes.





Omar Williams López
Sociólogo